jueves, 17 de abril de 2014

Caldo de cultivo para la intransigencia

La cajera de un supermercado le preguntó a una de sus clientas habituales en qué idioma quería la revista que le mandan cada mes: ¿en catalán o en castellano?. La señora, de unos ochenta y pico años, le contestó que aunque le daba igual quizá le costaría menos leerla en castellano. Ante esta respuesta, una mujer que esperaba en la cola se puso como una fiera y llegó a faltarle al respeto sin que esa anciana pudiera comprender bien la situación ni defenderse.
Parece una anécdota sin apenas importancia, pero la cara de mi pobre madre cuando nos explicaba lo que le había sucedido era de tristeza, no entendía por qué la había atacado verbalmente esa otra señora. 
Llegó a los dieciséis años a Barcelona con un triste equipaje lleno de penas y de nostalgia por su Granada natal. Su familia tenía que empezar de cero fuera de su tierra por pertenecer al bando de los derrotados de una guerra que sumió a España en una larga y cruel dictadura. En Cataluña encontraron de todo, personas que los ayudaron y algún que otro que no aceptaba de buen grado a los inmigrantes y los trataba con desprecio. 
Cuando mi madre se casó con mi padre ya imaginó que esta ciudad sería la cuna de sus hijos y que en Montjuic descansarían los restos de sus padres, y quiso a esta tierra tanto como a la que la vio nacer.
Aprendió las costumbres catalanas a través de la familia de su marido y las convirtió en propias mezclándolas con total naturalidad con las de su Andalucía. En su negocio, una droguería- perfumería de Badalona, hablaba en catalán con las clientas que se dirigían a ella en esta lengua, incluso sin haber recibido ninguna clase, y apuntó a su hija pequeña para que aprendiera sardanas en su colegio cuando la democracia lo permitió. En el último partido de fútbol que enfrentó al Barça con el Granada no pudo saborear la victoria del segundo porque estaba apenada por la derrota del primero.
En fin, he querido escribir esta entrada porque refleja lo injusta que es la intransigencia y el peligro que conlleva juzgar sin conocer. Y no olvidemos que cuando restamos importancia a las pequeñas injusticias estamos abonando la tierra para otras más flagrantes y dolorosas...