Estoy intentando convencer a mi gata, y de paso a mí misma, de las bondades de la civilización. Pero es complicado hablar con un animal nacido para trepar, cazar y ser libre mientras lleva una campana de plástico para impedir que lama los puntos de una operación que anulará sus posibilidades de reproducirse.
Es el precio que debe pagar por vivir dentro de las comodidades que nos ofrece esta sociedad. Cuando la recogí de la calle intentando ofrecerle una oportunidad de supervivencia ante los duros inviernos y los estómagos vacíos, ya supe que tendría que esterilizarla, por lo de las molestias del celo, etc. Por otra parte, no creo que sea agradable sentir la llamada de la selva y encontrar los barrotes de una jaula de cristal.
Puede parecer un alto coste, sin embargo, todos los que vivimos en este lado del mundo, el de los ricos, lo pagamos sin pensar en otras posibilidades.No voy a caer en la trampa new age de creer que la madre naturaleza es la buena y la civilización el origen de todo mal, porque no es cierto en absoluto, la naturaleza está por encima de las consideraciones morales que el ser humano ha creado, no en vano estaba antes que él en el universo. Y, a menudo, me congratulo de todos los avances éticos que la cultura, fruto esencial de la civilización, ha llevado a cabo para compensar las injusticias de la madre naturaleza. No olvidemos que la propia selección natural, que Darwin descubrió, ya implica la desaparición del más débil frente a la supremacía del ejemplar fuerte. Por ejemplo, gracias a la civilización una miope de nacimiento como yo ha sobrevivido en estos tiempos en condiciones aceptables, y todo porque he nacido en un lugar y en una época adecuados.
Sin lugar a dudas, este razonamiento tan personal no le sirve en absoluto a un felino doméstico que va dando tumbos, desorientado, sin comprender aquello tan consabido y que tanto nos han repetido: "¡es por tu bien!".
¡Bienvenida a la civilización, Ninoshka! (Aunque sea castrante...)