Entre muchos de los conceptos abstractos que aturden nuestra existencia, casi siempre tan concreta y objetiva, la justicia es, sin duda, uno de los más discutidos en cualquier ámbito o foro.
Recuerdo que, desde mi más tierna infancia, me obsesionaba reivindicar lo justo frente a lo que no lo era; entonces todo era más simple y mi concepto de justicia se limitaba a: " no es justo que no me dejen ir a jugar a la calle y a la vecina sí "o " no es justo que no me dejen ver los dibujos esta tarde".
El primer héroe justiciero que recuerdo era un pollito negro llamado Calimero que con su cáscara blanca en la cabeza iba por el mundo quejándose de lo injustos que eran los mayores porque no le comprendían. Más adelante, personajes como Robin Hood, el Zorro, Ivanhoe y demás justicieros me animaron a implicarme en tan loable lucha : la de la defensa de lo que era justo.
Con los años y la experiencia, uno llega a la conclusión de que estas ideas tan necesarias para ordenar nuestra caótica realidad no son otra cosa que eso, ideas y, en muchas ocasiones verdaderas utopías que la humanidad persigue desde tiempos remotos y que, además, a menudo han sido origen de disputas o, lo que es peor, de guerras, que por solucionar unas injusticias generaban otras, convirtiendo una honrosa empresa en una violación de lo que precisamente se pretendía defender.
La simplicidad maniqueísta con la que juzgaba de niña ( las cosas eran blancas o negras, buenas o malas, etc.) se convirtió en una argumentación tan compleja que me dejé enredar por la confusa relatividad que, a su vez, me condujo al inevitable escepticismo.
Actualmente, si bien sigo dándole vueltas y, de algún modo, defendiendo en mi entorno más inmediato la necesidad de sopesar nuestras decisiones y nuestros juicios de valor, sé que esa mujer con los ojos vendados no puede huir totalmente de la subjetividad propia de los seres humanos y satisfacer a todos.
A veces nos enfadamos e indignamos, con más o menos razón, porque lo que vemos no nos parece justo y nos da rabia que el resto de personas no lo vea como nosotros; sin embargo, esa balanza se decanta hacia el lado que no queremos y ya está, no podemos más que patalear y desfogarnos para, luego, resignarnos. Supongo que nos convertimos en "Calimeros" y, al final, nos conformamos con un abrazo de mamá gallina que nos consuela de nuestra infructuosa lucha por un mundo mejor donde reinen la igualdad y la justicia, aunque sean sordas y ciegas.