miércoles, 26 de mayo de 2010

Oda a la justicia



Entre muchos de los conceptos abstractos que aturden nuestra existencia, casi siempre tan concreta y objetiva, la justicia es, sin duda, uno de los más discutidos en cualquier ámbito o foro.

Recuerdo que, desde mi más tierna infancia, me obsesionaba reivindicar lo justo frente a lo que no lo era; entonces todo era más simple y mi concepto de justicia se limitaba a: " no es justo que no me dejen ir a jugar a la calle y a la vecina sí "o " no es justo que no me dejen ver los dibujos esta tarde".

El primer héroe justiciero que recuerdo era un pollito negro llamado Calimero que con su cáscara blanca en la cabeza iba por el mundo quejándose de lo injustos que eran los mayores porque no le comprendían. Más adelante, personajes como Robin Hood, el Zorro, Ivanhoe y demás justicieros me animaron a implicarme en tan loable lucha : la de la defensa de lo que era justo.

Con los años y la experiencia, uno llega a la conclusión de que estas ideas tan necesarias para ordenar nuestra caótica realidad no son otra cosa que eso, ideas y, en muchas ocasiones verdaderas utopías que la humanidad persigue desde tiempos remotos y que, además, a menudo han sido origen de disputas o, lo que es peor, de guerras, que por solucionar unas injusticias generaban otras, convirtiendo una honrosa empresa en una violación de lo que precisamente se pretendía defender.

La simplicidad maniqueísta con la que juzgaba de niña ( las cosas eran blancas o negras, buenas o malas, etc.) se convirtió en una argumentación tan compleja que me dejé enredar por la confusa relatividad que, a su vez, me condujo al inevitable escepticismo.

Actualmente, si bien sigo dándole vueltas y, de algún modo, defendiendo en mi entorno más inmediato la necesidad de sopesar nuestras decisiones y nuestros juicios de valor, sé que esa mujer con los ojos vendados no puede huir totalmente de la subjetividad propia de los seres humanos y satisfacer a todos.

A veces nos enfadamos e indignamos, con más o menos razón, porque lo que vemos no nos parece justo y nos da rabia que el resto de personas no lo vea como nosotros; sin embargo, esa balanza se decanta hacia el lado que no queremos y ya está, no podemos más que patalear y desfogarnos para, luego, resignarnos. Supongo que nos convertimos en "Calimeros" y, al final, nos conformamos con un abrazo de mamá gallina que nos consuela de nuestra infructuosa lucha por un mundo mejor donde reinen la igualdad y la justicia, aunque sean sordas y ciegas.


lunes, 17 de mayo de 2010

Altramuces



En la vida de cada persona los afectos van y vienen. Sólo unos pocos perduran, eso sí, si los cuidamos; y los más incondicionales son , sin duda, los que nos unen a nuestros progenitores.

Hoy hace dos años que murió mi padre y, entre lo de la victoria del Barça (del que era seguidor fiel) y la visita del sábado al Tibidabo, no dejo de acordarme de él.

No era un hombre perfecto y, a menudo, cometía mil y un errores, pero como tan solo se tiene un padre, pues qué le voy a hacer, lo echo de menos.

Cuando era más joven chocaba mucho con él, no estaba de acuerdo con sus actitudes y me indignaba su mal genio. Con el tiempo nos hicimos más viejos los dos y aprendimos a respetarnos a pesar de nuestros defectos ( tal vez nos cansamos de tanta lucha infructuosa por no dar el brazo a torcer).

Hoy ha amanecido el día con un sol radiante y primaveral que parece prometer la vida eterna, y me he percatado de que lo importante es conservar el recuerdo de que nuestro padre nos quiso, aunque se confundiera en la forma de demostrárnoslo.

Yo, por si acaso, cada vez intento dar más muestras de cariño a los míos y abrazarlos para sentir su calor y transmitirles que necesito que me acompañen por muchos años.

Y, mientras escribo esta entrada, estoy comiendo altramuces y recordando que mi padre siempre los compraba cuando iba al mercado, era el rey del picoteo y no podía resistirse a la tentaciones gastronómicas que se cruzaban por su camino.

¡Un saludo, viejo cascarrabias!

sábado, 15 de mayo de 2010

Tibidabo




Hoy me he despertado con una inquietud que no sentía desde mi más tierna infancia: "si llueve no podremos ir al Tibidabo"; y, antes de desayunar, he abierto la balconera y me ha sonreído un sol que pedía permiso a las nubes para salir.



Esta vez yo era la adulta que acompañaba a unos niños en su primera excursión al parque de atracciones más emblemático de Barcelona y no he podido evitar recordar esos domingos en los que mis padres decidían pasar el día en el Tibidabo. Durante un tiempo, mi hermana mayor era voluntaria de la Cruz Roja en el servicio médico del parque y la visitábamos entre atracción y atracción. De repente, aparecía mi padre con largas tiras de tiquets que prometían miles de risas y emociones -él nunca reparaba en gastos, todo lo hacía a lo grande.



Entre helados, palomitas y algodón de azúcar visitábamos castillos de hadas, trenes voladores y barcos pirata; en el museo de los autómatas podíamos conocer nuestro futuro con la gitana adivina, y en el palacio de los espejos nos descubríamos enanos o gigantes para luego perdernos en el laberinto de cristal.



Cuando somos mayores, a menudo olvidamos la maravillosa sensación de la felicidad pura y simple de los niños, pero hoy, en la cesta de la noria, unos ojos infantiles me la han contagiado.



¡Ojalá no perdiéramos esa fabulosa capacidad de entusiasmo!



Para rematar este "revival", al llegar a casa y poner la televisión he vuelto a ver por enésima vez el clásico de Hollywood "Mujercitas".



Creo que hasta se me ha alisado el cutis con tanta regresión...

viernes, 7 de mayo de 2010

El "mardito" estrés




Mientras se me seca la laca de uñas he decidido escribir en este pobre blog olvidado. No encuentro tiempo para asomarme a esta ventana amiga. Me temo que soy una de tantas personas estresadas por el ritmo frenético que demanda nuestra sociedad moderna. Sí, ésta es otra de las muchas páginas que se dedican al eternamente vapuleado estrés.



Sin embargo, dejando aparte que parece ser que me he convertido en una de sus numerosas víctimas y mi cuerpo me lo recuerda continuamente, estoy un poco harta de las típicas quejas de mis congéneres sobre este tema.



Sin duda, la actual crisis económica mundial nos exige más energía y entrega en todo lo que hacemos, pero esto es lo que tiene la lucha por la supervivencia y, en muchas ocasiones, el estrés nos hace estar alerta para salvar el tipo. Todas las especies del planeta experimentan esta tensión si pretenden sobrevivir, es parte del precio que pagamos por disfrutar la aventura de salir cada día al mundo.



Y qué me decís del placer que supone arañar unos instantes de paz a la vorágine cotidiana. Tal vez no valoraríamos tanto la placidez si no tuviéramos momentos acelerados.



En todo caso, me parece que lo más inteligente es aprovechar la calma y esperar que el maldito estrés no nos gane la batalla.



Bueno, voy a seguir con los preparativos para el acto al que debo acudir en una hora e intentaré maquillar las huellas que mi colega, el estrés, ha dejado en mi rostro ( he comprado una ampollita que dicen que hace milagros)...