He crecido en el seno de una familia propensa a creer en supersticiones varias y eso no es fácil de superar, por muy racional que uno sea, y aunque me gusten los gatos negros y el amarillo.
Una vez rocié de sal a un cliente de un restaurante porque se me había derramado el salero y quería neutralizar la mala suerte con tres lanzamientos de la susodicha por encima del hombro izquierdo(¿?), porque, eso sí, de la misma forma irracional en que nacen estas supercherías también se desarrollan conjuros para salvarse de estas mundanas maldiciones.
Pero hoy no pretendo escribir sobre estos asuntos del acerbo popular. Mientras leía el reivindicativo blog de mi amigo Xesco, el, por otra parte, responsable de que yo pueda asomarme a esta ventana, he pensado que el tijeretazo al que se nos pretende someter a los ciudadanos de a pie es, sin duda, una verdadera maldición que la mala gestión de los poderosos "mercados" ha derramado sobre nuestras pobres cabezas. Y esto va más allá de los recortes en sanidad de una comunidad autónoma, estas tijeras están cortando el sueño de tantas personas que en el presente y en épocas pasadas lucharon por los derechos básicos de los seres humanos en nuestro país y en el mundo.
Unas tijeras abiertas dan "mal fario" y para huir de él deben cerrarse, y no es que quiera basarme en una superstición para incitar a la lucha por los derechos universales, sin embargo, estaría bien que entre todos buscáramos la manera de mantenerlas cerradas. Si hay que cortar algo que sean las codiciosas alas de los que han querido volar más alto que el resto de los mortales y, como Ícaro, cayeron al mar por su desmesurada avaricia y porque la cera que unía sus plumas se derritió con el calor del sol de la justicia.
¡No dejemos que sigan planeando con la falsedad mientras nosotros sufrimos las consecuencias!