domingo, 17 de abril de 2011

¡Cerremos las tijeras!


He crecido en el seno de una familia propensa a creer en supersticiones varias y eso no es fácil de superar, por muy racional que uno sea, y aunque me gusten los gatos negros y el amarillo.


Una vez rocié de sal a un cliente de un restaurante porque se me había derramado el salero y quería neutralizar la mala suerte con tres lanzamientos de la susodicha por encima del hombro izquierdo(¿?), porque, eso sí, de la misma forma irracional en que nacen estas supercherías también se desarrollan conjuros para salvarse de estas mundanas maldiciones.


Pero hoy no pretendo escribir sobre estos asuntos del acerbo popular. Mientras leía el reivindicativo blog de mi amigo Xesco, el, por otra parte, responsable de que yo pueda asomarme a esta ventana, he pensado que el tijeretazo al que se nos pretende someter a los ciudadanos de a pie es, sin duda, una verdadera maldición que la mala gestión de los poderosos "mercados" ha derramado sobre nuestras pobres cabezas. Y esto va más allá de los recortes en sanidad de una comunidad autónoma, estas tijeras están cortando el sueño de tantas personas que en el presente y en épocas pasadas lucharon por los derechos básicos de los seres humanos en nuestro país y en el mundo.


Unas tijeras abiertas dan "mal fario" y para huir de él deben cerrarse, y no es que quiera basarme en una superstición para incitar a la lucha por los derechos universales, sin embargo, estaría bien que entre todos buscáramos la manera de mantenerlas cerradas. Si hay que cortar algo que sean las codiciosas alas de los que han querido volar más alto que el resto de los mortales y, como Ícaro, cayeron al mar por su desmesurada avaricia y porque la cera que unía sus plumas se derritió con el calor del sol de la justicia.


¡No dejemos que sigan planeando con la falsedad mientras nosotros sufrimos las consecuencias!

domingo, 3 de abril de 2011

La bella dama



Al salir del metro me he dado cuenta de que los árboles del parque ya verdean, e incluso algunos se ríen del invierno con unas flores lilas que alegran mi regreso a casa. Y es que ya se va el frío y apetece pasear sin prisas aprovechando que los días son más largos y la temperatura permite olvidar los pesados abrigos. Así llega la primavera. A ella no le importa la crisis, ni el tsunami japonés, ni mucho menos las elecciones locales de mayo, la bella dama es ajena al dolor de los mortales o a la alegría que nos infunde.


A pesar de que llevo unos días de encierro por mis habituales achaques pulmonares, siempre he sonreído a la primavera; hace unas semanas ya me fijé en el primero de los árboles que se pintaba de verde y, enseguida, lo han imitado los demás, como si quisieran reflejar de forma literal la conocida expresión: " ponerse verde de envidia". Lo curioso es que el verde también es el color de la esperanza, dos sentimientos demasiado opuestos para llevar el mismo traje.


Como la envidia nunca me ha sentado bien, me quedo con la esperanza en esta nueva primavera que tal vez remedie un poco las tristezas de los corazones helados.