Ese motorista de 33 años no era un desconocido más que perdía su vida en un accidente, era alguien que tenía un nombre, Roger.
Tenía seis años cuando lo conocí, me llegaba por la cintura y tenía que apagar la tele para despegarlo de los dibujos animados y que se pusiera el pijama. Era un niño tozudo pero muy noble, y su risa contagiosa solía desarmarme cuando menos me lo esperaba. Y, mientras iba haciéndose mayor, tuve el privilegio de compartir con él , con sus padres y su hermana pequeña, Judit, esos momentos de la vida que nos hacen sonreír de emoción: su comunión, sus primeras vacaciones de adolescente en la playa, la boda con su gran amor y su gran debut como padre de dos niñas preciosas. Lo que jamás sospeché que viviría junto a él y los suyos es su despedida, tan temprana e injusta.
Roger era un trabajador responsable; Pili, su madre, ya lo comentaba, a menudo lo observábamos serio y preocupado y temíamos que tanta carga le superara y le hiciera infeliz, pero consiguió trabajar en sectores que le apasionaban -todavía lo estoy viendo mientras enseñaba a patinar a unos noveles patosos e inseguros. Se había convertido en un hombre guapo, deportista y de costumbres tan sanas que alguna vez, cambiando las tornas, me había reñido por mi eterno vicio de fumar. Por éstos y otros muchos motivos estoy enfadada con ...¡realmente no sé con qué ni con quién demonios estoy enfadada!
Lo que sí que sé es que todos los que lo queremos a él y a su fabulosa familia no podremos olvidar a ese motorista del que hablaba un periódico la mañana de un martes de setiembre y, como escribió Jaume, su padre, espero que descanse acunado por todos los que lo quieren -" descansa bressolat per tots els que t' estimem".