Meritocracia. Hace unos días escuché por primera vez esta palabra; fue en un documental sobre la sociedad norteamericana. La figura del conquistador del sueño americano se analizaba desde el punto de vista de los que no pudieron llegar a triunfar, de los perdedores, de los fracasados, en fin, de los insomnes.
Si una persona conseguía ascender por la escalera del éxito era gracias a sus méritos, de modo que los que se quedaron en el primer peldaño eran también responsables de su desgracia, en este caso por la carencia de dichos méritos. El factor suerte no cabe dentro de esta mentalidad que sobrevalora a unos pocos mientras desprecia al resto.
A menudo, me molestan sobremanera esos individuos que siempre se quejan de su mala suerte y la convierten en la única culpable de sus problemas; sin embargo, es indudable que existen muchos factores, positivos y negativos, que no dependen de uno.
Incluso existe una gran influencia del medio en el desarrollo de nuestros genes, como estudia la epigenética. Nada más tenemos que recordar la teoría de la evolución de Darwin para comprobar lo determinante que, frecuentemente, es el azar. Los pinzones y las tortugas que estudió el gran naturalista se adaptaron a unos hábitats determinados y se seleccionaron los individuos de la especie que, por casualidad, mejor se adecuaban a la flora y a otras condiciones de las islas donde vivían. No sobrevivían los que nacían con unos rasgos poco adecuados para su entorno y, por lo tanto, no se reproducían. Así que, con la observación de unos pájaros y de unas tortugas que moraban en diferentes islas, Darwin descubrió la verdadera explicación de la evolución de las especies: la selección natural.
Tal vez los méritos y el esfuerzo sean valores importantes para conseguir nuestros objetivos pero, demasiadas veces, existen una serie de circunstancias que se nos escapan y esta crisis mundial lo ha hecho todavía más evidente. Solamente hay que mirar hacia arriba, en la cima del poder, para ver que los méritos de los que triunfan no son tantos, y, por desgracia, gran parte de los que se quedaron abajo miran al cielo preguntándose de qué demonios han servido sus esfuerzos y sus talentos cuando ciertos individuos, seguramente menos meritorios que ellos, son los que mueven los hilos de este teatro de marionetas.