Una vez al año mi ciudad se convierte en un espléndido jardín de rosas. Sus pétalos compiten con las páginas de miles de libros que esperan, dormidos, despertar los sueños de las personas que buscan descubrir otras historias y que, aunque no son las suyas propias, sienten que hay otras vidas, otros mundos para perderse.
Cuando una no tiene a un enamorado que quiera emular al caballero que mató al dragón y le regaló una rosa nacida de su roja sangre a la princesa de turno , no puede evitar sentirse algo ajena a esta fiesta popular.
A pesar de ser una persona bastante alejada de convencionalismos, hoy paseaba por las calles de mi ciudad como una niña que no había sido invitada a la fiesta de sus compañeros de colegio.
Sin embargo, alguien se acuerda de ti y decide hacerte feliz con un simple gesto y, por este motivo, quiero agradecer con estas palabras a todos aquellos que, sin pretender nada más que hacerte sonreír con una flor, te regalan un compromiso de amistad.
A Cristóbal lo conocí en el instituto; nos perdimos y nos reencontramos para viajar juntos en este camino, a veces tan accidentado, que es la vida. Con él me he reído hasta llorar y he llorado hasta acabar riéndome de las propias desgracias que nos ocurren. Es una de esas personas que uno sabe que siempre estará ahí. Nos hacemos mayores unidos por un hilo invisible que se ha ido formando espontáneamente, sin ningún artificio, con la naturalidad de los que se quieren sin más, sin lazos de sangre ni papeles.
Gracias, caballero andante de las doncellas solitarias.