Hace tiempo que no tengo fuerzas ni para escribir en mi blog. Me he convertido en una más de los millones de parias que intentan sobrevivir a esta crisis que más que económica se ha convertido en una de las crisis morales más graves de los últimos tiempos.
No suelo dar muchos datos de mi vida privada en estas páginas de cristal pero debo decir, para que entendáis un poco mejor mi postura, que llevo cuatro meses seguidos trabajando sin cobrar un duro. Diría que soy una especie de esclava aunque no sería exacto porque yo, además de no cobrar por mi esfuerzo, encima debo pagar: transporte, intereses de tarjetas de crédito, etc.
En fin, tan solo soy una más pero me duele.
Me duele ponerme delante de unos alumnos intentando motivarles para que se formen para afrontar un futuro cada vez más negro.
Me duele que me miren pensando si les servirá ese esfuerzo lo mismo que a mí, es decir, para que ni siquiera le paguen un sueldo.
Me duele que los de arriba nos consideren números estadísticos.
Me duele que el presidente de mi país, cual esbirro de los señores MERCADOS FINANCIEROS, tenga el valor de decir que bajando la prestación de desempleo los parados buscarán más trabajo.
Me duele que mi madre, pensionista jubilada, esconda en mi bolso dos tarjetas multiviajes para que pueda ir a verla en autobús.
Me duele pensar que quizás el mes que viene ya no pueda colaborar en la ONG en la que apadrino a un niño.
Me duele que los más débiles paguen las mansiones de los ricos.
Me duele que aguantemos como reses esperando al matarife.
Me duele...la vida.
Estoy de luto por la esperanza perdida.
Ojalá resuciten los días en los que pensaba que existía un sentido para seguir adelante.
Perdón por este pesimismo, aunque me cuesta encontrar una razón para el optimismo...o sí, tal vez haya una: el amor que estoy recibiendo a raudales de los míos.
¡Si el amor fuera dinero sería millonaria!