Nada mejor para estresarse en este tórrido verano que ser un nuevo damnificado de las empresas de telefonía. Tras una infructuosa lucha, con la devaluada arma de la razón de mi parte, nuevamente David no puede contra Goliat.
De nuevo la impotencia, las voces de un contestador que te convierten en una autómata pulsando teclas que te conducen a otras, y así sucesivamente hasta que te rindes a la evidencia de que existe una delincuencia, aceptada por las autoridades, que te hace sentir tan insignificante que podrías necesitar ayuda psicológica para restaurar tu dañada autoestima.
Una vez asumida la derrota, decidí renunciar al número telefónico que he tenido estos últimos diez años de mi vida y empezar de cero en otra compañía que me regalaba, eso sí con contrato de permanencia, otra maquinita "supersónica" que, teniendo en cuenta mi analfabetismo tecnológico, me va a llevar un buen tiempo entender y dominar.
No obstante, he decidido intentar ver el lado positivo a la situación, aunque sólo sea porque no quiero volver a hablar con el personal que atiende las reclamaciones, y como escribía en mi anterior entrada: "me renovaré", por lo menos el teléfono...