Antes de que se inventaran estas ventanas electrónicas para poder plasmar nuestros pensamientos y sentimientos, ya existían los diarios personales, algunos tristemente famosos como el de Ana Frank.
En mi adolescencia empecé a volcar mis tristezas, alegrías e inquietudes en el primero de mis diarios; de vez en cuando los releo y no puedo evitar sonreírme ante tanta autocompasión y dramatismo.
Garabatear esas páginas era como ir al psicólogo y, sin duda, me ha ayudado a tirar "pa'lante" en esos momentos en que la vida se nos complica, bien por las circunstancias o bien por nuestra incapacidad de enfrentarlas.
Cuando inicié esta andadura bloggera, no pretendí en ningún momento dejar de lado a mi diario -no se abandonan a los viejos amigos cuando aparecen otros nuevos, por muy modernos que sean-. Aunque tampoco soy muy pródiga escribiendo, a veces, necesito conjurar a mis demonios entre esas páginas, de este modo no taladro más de la cuenta a las personas que me quieren y ,al mismo tiempo, me desahogo.
Este blog no nació con la intención de sustituir esas hojas de mil desventuras y alguna alegría, sin embargo, hoy he decidido abrir una de sus páginas para vosotros. Me he sobrepuesto al pudor que supone para mí desnudar mis más secretos sentimientos porque creo que ya estoy entre amigos. Eso sí, imploro vuestra indulgencia porque ya sabéis que tengo una nube ocultándome el sol y aún no despeja.
Ahí va:
17/ 3 / 2012
Durante los años que he vivido no puedo decir que haya sido feliz demasiado tiempo. Más bien, a ratos. La verdad es que me he reído mucho, porque soy así, le veo la vis cómica a casi todo. No obstante, lo cierto, es que no he tenido muchas ocasiones para sentir que la vida me sonreía.
Nací con la dictadura pero crecí en medio del optimismo utópico de una democracia inmadura que luchaba por hacerse mayor con esas ansias adolescentes por conquistar sus derechos y su independencia.
Siempre pensé, como casi todo el mundo, que yo era especial. Sin embargo, no se trataba de un sentimiento narcisista sino que, en mi caso, se convirtió en algo inefable, en ocasiones hasta inquietante, que me llevaba por caminos algo distintos de los que seguían los otros. La gente que me rodeaba transitaba por rutas conocidas y pisadas por casi todo el mundo; yo me dejaba tentar por otras vías que me separaban del río de la vida que arrastra al género humano. Así es como me separé de los demás y me quedé con mi soledad. Pensé que mi fortaleza sería capaz de acompañarme en este arriesgado viaje, pero debo reconocer que, a estas alturas, me encuentro bastante sola y desvalida. Bueno, para ser justa, unos pocos me quieren y, como pueden, velan por mí.
En esta vida paralela, nunca perpendicular a la de las personas que he conocido, he intentado ser buena gente y, por eso, me he hecho querer aunque no pudiera seguir los pasos que me indicaba la impronta de la especie humana.
Finalmente, opté por conformarme con poquitas cosas, aunque lo paradójico del asunto es que cuanto menos tenía más perdía. Si se dice aquello de "al menos tenemos la salud" tras el sorteo de Navidad, yo pierdo la salud. Cuando acepto que no he nacido para formar una familia y me vuelco en mi profesión que parece que es lo único que hago medianamente bien, pues me veo sin ella.
Si me conviertiera en una más de entre millones de personas que están en el paro, maldiciendo su situación, y con el único consuelo de la familia y amigos, a mí me llena de culpabilidad pensar en lo que sufrirán por mí.
Y, para rematar esta patética situación, he sido "afortunada" en ser una más de un grupo de trabajadores que sufren la angustiosa experiencia de trabajar sin cobrar en un lugar que hasta ayer era mi colegio y ahora es un campo de batalla. Los alumnos, compañeros e incluso los jefes que tanto cariño me inspiraban y que me hacían sentir realizada en esta faceta vital, se convertirán en aliados o enemigos de una lucha desigual que amenaza mi precario equilibrio emocional.