Cuando era una niña y enfermaba, uno de los pequeños placeres que hacían menos tediosas las largas horas de guardar cama eran los cuentos que mis padres me compraban. Estos días he recordado uno en especial:
" Érase una vez un humilde zapatero al que le ayudaban unos duendecillos que por las noches le arreglaban y cosían los zapatos y así pudo hacer frente a todos los encargos y superar su pobreza y sus achaques..."
Pues había una vez una humilde zapatera a la que sus clientes no le pagaban los arreglos y un buen día tuvo que tomar un dolorosa decisión: dejar su hogar y buscarse otro lugar más barato donde poder cobijarse con su gata y su perro mientras llegaban tiempos mejores.
Acondicionar su nueva morada era costoso, y la fatiga se apoderó de ella porque los días le caían sobre sus espaldas como losas. Su salud se resentía cada vez más mientras luchaba por salir adelante a pesar de las circunstancias adversas que atacaban su precaria existencia; caminaba mal porque sus piernas ya no sabían qué camino seguir; le faltaba aire ya que tenía que trabajar en un ambiente contaminado de tristezas y miserias; y, además, la fuerza de su espíritu se empezaba a difuminar ante el aciago horizonte que le deparaba su futuro inmediato.
Sin embargo, no estaba sola. Unos duendecillos que no querían que se hundiese en el profundo pozo que se abría bajo sus pies, se encargaban de adecentar su nueva casa para que viera algo de luz en su nueva realidad. Así que mientras unos pintaban, otros limpiaban; los más hábiles arreglaban cables eléctricos; algunos, desde la distancia, le mandaban donativos para que pagara facturas; los más "cocinitas" le llenaban el congelador de tarteras de caldo; en fin, cuando la zapatera ya estaba a punto de tirar la toalla, siempre aparecía uno de estos duendecillos y la animaban para que no desfalleciera...
De este modo, la zapatera pudo volver a asomarse a esta ventana brillante y escribir estas palabras de agradecimiento a sus duendes mágicos: Loli, Mari Carmen, Pepe, Juan, Justa, Tere, Cristóbal, José Luis, Xesco, Paco, Maite, Aurora, Mina, Pedro, Fran, Samantha,...
Y aquella zapatera, con lo buenos caldos y cuidados de los duendecillos, no sólo se asomó a la ventana pues un día se sentó delante del espejo y vio reflejada aquella dulce y bella conocida a quien hacía tiempo que no encontraba, peinó sus cabellos, maquilló cuidadosamente su cara y eligió ropa cómoda para, en la mañana soleada que anunciaba primavera, salir a pasear y sentarse a leer un libro con todo el mar por delante...
ResponderEliminarBesos Mayte. Me alegro mucho de verte.
¡¡¡¡¡aaayyyyy mi querida zapatera!!!!¿aún no te habías dado cuenta que siempre has tenido y tendrás "duendecillos" que estarán contigo?
ResponderEliminarMe ha encantado y emocionado este cuento y ser parte de él..............seguimos teniendo un corazón de niños.
Pero ten en cuenta que tú tambien has hecho y seguramente tendrás que hacer de "duendecillo"conmigo,eso va por etapas y situaciones.
Recuerda y no lo olvides nunca que te quiero muchísimo¿vale?
Tu "TATA".
Este domingo pasado estuve cerca del mar con el sol de compañero, mi perro y uno de los duendecillos compartiendo unas patatas bravas. Supe que eso era felicidad, la felicidad de los que valoran las pequeñas cosas y no pierden la ilusión entre las páginas trágicas de la vida.
ResponderEliminarGracias.
Elisa, me di cuenta de que tú eres también un duendecillo, ¡el duendecillo cibernético!
Muacsss
www.youtube.com/watch?v=2XoYThphzok
ResponderEliminar:-D