jueves, 29 de diciembre de 2011

La utopía pragmática

Nunca ha sido más útil la utopía. 
 Aunque este concepto parezca parádojico, solamente hay que mirar atrás y buscar en el origen de todo lo que significa progreso a lo largo de la historia de la humanidad. En las raíces del árbol de la vida y de la ciencia siempre se sembraron las semillas de la utopía.
 Sin ir más lejos, esta ventana tecnológica a        través de la que me asomo a vosotros era algo utópico hace apenas unos pocos años.
La definición del diccionario me da la razón: una utopía es algo irrealizable en el momento presente. Yo añadiría que es la concreción futura de una esperanza, de los sueños de muchos que otros, menos pero poderosos, pretenden ridiculizar porque atenta contra intereses ya creados.
El miedo es el gran enemigo de las utopías; sin embargo, y pese a que el ser humano siente una gran desconfianza ante cualquier cambio, los pocos valientes, que desoyendo las burlas de los mal llamados sensatos y los ataques de los que no quieren quedarse sin sus privilegios, son los que han escrito las páginas más relevantes de la historia de la humanidad.
Por si fueran pocos los argumentos sobre las funciones prácticas de la utopía, llega un nuevo año que nace con pronósticos tan negativos que ni siquiera una mente racional, como la mía, puede permitirse el lujo de ignorar la imperiosa necesidad de creer en que las cosas pueden mejorar.
No obstante, la utopía , como idea abstracta que es, requiere que las personas la concreten, que salgan del adormecimiento en el que nos ancla la pereza, el temor y, sobre todo, ese escepticismo acomodaticio que destruye cualquier intento de cambiar lo que no está bien, lo que no es justo.
Quiero creer que se ha sembrado la semilla de un árbol que cada vez tendrá más ramas cuyas hojas darán sombra y cobijo a más personas, ahora sólo queda que lo cuidemos y lo abonemos para que resista las sacudidas brutales de ese huracán dañino que lanza el sistema neoliberal de los mercados financieros. No dejemos que unos pocos se rían en sus sillones mientras destruyen la utopía de los que caminamos por la cuerda de un funambulista.
Consigna para un Año Nuevo: RESISTENCIA

domingo, 4 de diciembre de 2011

José Luis y Maruja: la fuerza de la honestidad

En las sociedades antiguas los años de vida eran valorados como una fuente de sabiduría que revertían en el grupo. Los jóvenes pedían  consejos a los pocos supervivientes que peinaban canas sorteando todos los avatares que les deparó la vida. Durante el siglo XX, en nuestro primer mundo, los ancianos perdieron la consideración de antaño conforme la esperanza de vida crecía. Cada vez había más gente mayor que nos recordaba que la insultante belleza de la juventud se escapaba de nuestras manos sin posibilidad de retenerla. Y, así, mientras los anuncios de televisión repetían clichés de la felicidad sin arrugas, asociando "la chispa de la vida" a pieles tersas que sonreían con la inconsciencia del que todavía no ha visto la cara cruel del mundo, nuestros mayores iban siendo apartados como trastos inútiles.
Tal vez sea porque no pude disfrutar de mis abuelos, por ser hija tardía, lo cierto es que conforme mis ojos fueron perdiendo el velo de la inocencia comenzaron a ver a esas personas, de andares torpes y pelo cano, con la ternura que se merecían. Eran los supervivientes de mil y un percances que jalonaban sus existencias y dejaban huellas indelebles en sus cuerpos y sus mentes. Unos más que otros, en mayor o menor medida, habían superado esas tragedias cotidianas u homéricas que el ser humano enfrenta durante su existencia.
Sin embargo, de vez en cuando, aparecen en los medios de comunicación, personas que con sus ejemplares actos y palabras nos demuestran que la fuerza de la honestidad crece proporcionalmente a las patas de gallo. A José Luis Sampedro lo descubrí leyendo sus obras, en las que siempre destaca un concepto de la dignidad humana que nos reconcilia con un mundo generalmente indiferente a esta gran virtud; a Maruja Ruiz la conocía menos, aunque vive en el barrio en que me crié y ha dedicado su vida a ayudar a los más necesitados que la rodeaban. Ninguno de los dos miran a otro lado cuando se encuentran con la desgracia ajena. Siempre han luchado por los derechos humanos más básicos, el uno con su profesión y su arte literario; la otra con su voluntad de lucha, que no cabe en su pequeño cuerpo, y su acento "granaíno" que hubiera hecho sonreír a su paisano García Lorca. Ambos son héroes en un mundo que desprecia las heroicidades y se ríe de los buenos; ambos son dos ejemplos memorables de honradez, de coherencia y de humildad, unos valores que, por lo visto, no están de moda, pero que, si renunciamos a ellos, viviremos en una sociedad vacía de valores y de ilusión.
Así que, si el tabaco y la desaparición de las pensiones no me impiden envejecer, espero seguir el ejemplo de estos dos ancianos que demuestran tener un espíritu más joven e indomable que muchos de los que confunden la rebeldía con una simple estética alternativa o con una actitud displicente y pasota ante las injusticias cotidianas.