lunes, 20 de junio de 2011

19-J ¡Felicidades!






Nací un 19 de junio de hace unos cuantos años, así que hoy he celebrado mi cumpleaños -bueno, de hecho empecé ayer por la noche con las celebraciones, y lo que me queda...-; sin embargo, el de este 2011 ha resultado ser un cumpleaños especial. Los que me quieren me lo han demostrado y han brindado por mi futura felicidad deseándome que las cosas mejoren y, como tengo la buena costumbre de ser agradecida, aprovecho este blog para darles las gracias a todos.



No obstante, si algo he aprendido en los años que llevo deambulando por este mundo, es que los brindis no son suficientes para conjurar las amenazas que sobrevuelan nuestras cabezas, por lo tanto, y desoyendo los consejos de una madre sempiternamente preocupada por mi integridad fisica y aun sintiéndome algo indispuesta-, he decidido sumarme a las manifestaciones que han recorrido las calles de las ciudades con la intención de denunciar las injusticias que se están produciendo a lo largo del planeta.


Tal vez no se consiga gran cosa, o, quién sabe, quizá se trate de un día histórico que marque una inflexión en la forma de tratar a los poderosos; en todo caso me ha emocionado ver que las "anónimas" víctimas de los excesos de estos últimos han dejado sus hogares, se han sacudido su pereza dominical habitual y se han derramado por toda la geografía española para reivindicar sus derechos.


Y para terminar con este cumpleaños sui generis, he decidido editar esta entrada con una de las fotos que he sacado esta misma tarde: un abuelo revolucionario nos instaba a los más jóvenes a que siguiéramos luchando por los derechos de los más débiles, a que continuáramos con esta revolución social, pacífica y justa, para que los esfuerzos que gente como él había realizado con la intención de dejar un mundo mejor no se quedaran en agua de borrajas.



lunes, 13 de junio de 2011

El chiringuito



Tenía unos dos años, según me ha contado, cuando me perdí en la playa. Íbamos varias familias y como mi padre no podía conducir por sus problemas de visión, siempre nos repartíamos en los coches de los demás. Mi, paradójicamente, sobreprotectora madre me vistió y me metió en uno de los vehículos, pero parece ser que, mientras ella se iba al suyo, yo me bajé por la otra puerta para seguir cogiendo piedrecitas en la arena. No se dieron cuenta de que no estaba hasta que llegaron a Barcelona y fueron a buscarme para bañarme. Nadie reparó en que faltaba la niña más pequeña porque éramos tantos en casa de mis padres, centro de reunión familiar durante años, que todos pensaban que estaba con otro. Sin embargo, yo estaba sola, con mi gorrito y conjunto playeros, paseando por la playa hasta que parece ser que decidí descansar en un chiringuito. El propietario me entretuvo y protegió hasta que al cabo de unas horas mi padre y mis tíos aparecieron y me devolvieron al seno familiar en medio de oraciones y tilas que intentaban calmar los llantos de una madre destrozada. Me cuentan que yo no estaba asustada, como si no fuera consciente de la gravedad de lo sucedido, y tal vez sea cierto porque nunca he recordado semejante situación. No obstante, y como dicen los psicólogos, si las experiencias infantiles son tan importantes para el desarrollo de la persona, es fácil entender que siempre me hayan encantado los chiringuitos y que, más a menudo de lo que hubiera deseado, me sienta perdida y sola en busca de, todavía, no sé qué cosa.