domingo, 21 de agosto de 2011

El lago di Garda




En un mundo tan inmenso es fácil encontrar espacios de gran belleza y, a menudo, nos sorprenden donde ni siquiera sospechábamos que existieran. Hablando de Italia no es de extrañar que uno visualice ingentes cantidades de imágenes hermosísimas, sin embargo, personalmente seguía la senda de sus típicas postales con canales venecianos, campaniles toscanos o ruinas romanas imponentes. Hace años que experimenté esa dulce sensación de perderme por las calles de Florencia o la, no menos agradable, aventura de asomarme al majestuoso Coliseum romano. También me dejé enamorar por la preciosa isla de Sicilia custodiada por el temible Etna.




En fin, cuando ya pensaba que había visto los más hermosos rincones de este país del que me gusta hasta su forma de bota ( quien me conoce ya sabe de mi debilidad por el calzado), de repente, y de forma casual descubro unos paisajes dignos de engrosar mi galería de momentos bellos: el lago de Garda y sus interesantes alrededores.




Ha resultado un viaje ideal para una persona como yo a la que le gusta respirar historia mientras pasea y, para rematar, las piedras del pasado se mezclan con el encanto mágico de unas montañas que abrazan unas aguas azules a las que se asoman imponentes fortalezas.




En un viaje a un lugar de ensueño como éste tan solo se puede echar de menos una cosa: más tiempo para respirar el aroma de sus limoneros y para perderse en su atmósfera de cuento.

lunes, 8 de agosto de 2011

La nueva religión de "los mercados"





Cuando el ateísmo se extiende en la sociedad capitalista, un nuevo dios consigue imponer sus rígidos e injustos mandamientos transtornando las conciencias de los incautos mortales. Es un dios invisible, caprichoso y poderoso; se le conoce con un nombre tan prosaico que jamás creímos que infundiera tanto terror: "los mercados". Nadie conoce su procedencia exacta, pero todos temen sus dogmas. Los políticos más brillantes se convierten en marionetas que bailan a su son, mientras que los ciudadanos de a pie intentan no ahogarse en este proceloso oceáno donde no hallan ni un madero donde asirse para seguir flotando.


Y no tenemos ni una sola imagen que venerar u odiar que para hacernos sentir algo más seguros; la iconografía no ha dado con nada lo suficientemente representativo y, por eso, infunde tanto terror; los seres humanos necesitamos ponerle nombre y cara a lo que tememos para poder enfrentarnos a ello.


Mientras tanto, nuestras insignificantes vidas son manejadas sin piedad ni justicia por "los mercados", que así, y escritos en minúscula, pretenden quitarse importancia, con su morfema flexivo de pluralidad incluido, y de esta manera tan sibilina van adquiriendo tanto poder que tienen en jaque a todo el planeta.


Personalmente, y como mi escepticismo natural me predispone a no creer en seres intangibles, he decidido declararme atea frente a esta nueva religión. Aunque temo que, como me ocurre con el catolicismo, y a pesar de no creer en los Reyes Magos, me dejo la visa tísica comprando regalos para celebrar la Navidad -pero, al menos, los antiguos gurús religiosos se molestaron en inventarse imágenes y poner nombres a los seres que idolatraban.