sábado, 22 de enero de 2011

El puente



Cada mañana, bien abrigada y medio dormida, cruzo el puente que me conduce al metro de Marina. Es la primera etapa que deberé superar para llegar a mi trabajo. No es un puente colgante, ni especialmente hermoso, pero, como todos los puentes, tiene como objetivo la unión de dos lugares que estarían condenados a no cruzar sus caminos.


El ser humano es el artífice de estas uniones de piedra, hormigón y hierros que esconden una metáfora bellísima que se podría usar como ejemplo para todas esas personas que pretenden separar. Aún recuerdo esa triste imagen de la guerra de los Balcanes: el puente de Mostar, en Dubrovnik, destruido por un bombardeo tras siglos uniendo gentes de toda clase y condición.

¿Por qué unos quieren unir y otros destruir esa unión? Y es que la condición humana es capaz de la más singular muestra de nobleza espiritual, y, por desgracia, también es la causante de las más execrables acciones que uno pueda imaginar.

Personalmente, me quedo con los puentes que conectan a personas, que fusionan ideas y que me facilitan el acceso a mi mundo.