viernes, 23 de marzo de 2012

Meritocracia

Meritocracia. Hace unos días escuché por primera vez esta palabra; fue en un documental sobre la sociedad norteamericana. La figura del conquistador del sueño americano se analizaba desde el punto de vista de los que no pudieron llegar a triunfar, de los  perdedores, de los fracasados, en fin, de los insomnes.
Si una persona conseguía ascender por la escalera del éxito era gracias a sus méritos, de modo que los que se quedaron en el primer peldaño eran también responsables de su desgracia, en este caso por la carencia de dichos méritos. El factor suerte no cabe dentro de esta mentalidad que sobrevalora a unos pocos mientras desprecia al resto.
A menudo, me molestan sobremanera  esos individuos que siempre se quejan de su mala suerte y la convierten en la única culpable de sus problemas; sin embargo, es indudable que existen muchos factores, positivos y negativos, que no dependen de uno.
 Incluso existe una gran influencia del medio en el desarrollo de nuestros genes, como estudia la epigenética. Nada más tenemos que recordar la teoría de la evolución de Darwin para comprobar lo determinante que, frecuentemente, es el azar. Los pinzones y las tortugas que estudió el gran naturalista se adaptaron a unos hábitats determinados y se seleccionaron los individuos de la especie que, por casualidad, mejor se adecuaban a la flora y a otras condiciones de las islas donde vivían. No sobrevivían los que nacían con unos rasgos poco adecuados para su  entorno y, por lo tanto, no se reproducían. Así que, con la observación de unos pájaros y de unas tortugas que moraban en diferentes islas, Darwin descubrió la verdadera explicación de la evolución de las especies: la selección natural.
Tal vez los méritos y el esfuerzo sean valores importantes para conseguir nuestros objetivos pero, demasiadas veces, existen una serie de circunstancias que se nos escapan y esta crisis mundial lo ha hecho todavía más evidente. Solamente hay que mirar hacia arriba, en la cima del poder, para ver que los méritos de los que triunfan no son tantos, y, por desgracia, gran parte de los que se quedaron abajo miran al cielo preguntándose de qué demonios han servido sus esfuerzos y sus talentos cuando ciertos individuos, seguramente menos meritorios que ellos, son los que mueven los hilos de este teatro de marionetas.

sábado, 17 de marzo de 2012

Mi diario

Antes de que se inventaran estas ventanas electrónicas para poder plasmar nuestros pensamientos y sentimientos, ya existían los diarios personales, algunos tristemente famosos como el de Ana Frank.
En mi adolescencia empecé a volcar mis tristezas, alegrías e inquietudes en el primero de mis diarios; de vez en cuando los releo y no puedo evitar sonreírme ante tanta autocompasión y dramatismo.
Garabatear esas páginas era como ir al psicólogo y, sin duda, me ha ayudado a tirar "pa'lante" en esos momentos en que la vida se nos complica, bien por las circunstancias o bien por nuestra incapacidad de enfrentarlas.
Cuando inicié esta andadura bloggera, no pretendí en ningún momento dejar de lado a mi diario -no se abandonan a los viejos amigos cuando aparecen otros nuevos, por muy modernos que sean-. Aunque tampoco soy muy pródiga escribiendo, a veces, necesito conjurar a mis demonios entre esas páginas, de este modo no taladro más de la cuenta a las personas que me quieren y ,al mismo tiempo, me desahogo.
Este blog no nació con la intención de sustituir esas hojas de mil desventuras y alguna alegría, sin embargo, hoy he decidido abrir una de sus páginas para vosotros. Me he sobrepuesto al pudor que supone para mí desnudar mis más secretos sentimientos porque creo que ya estoy entre amigos. Eso sí, imploro vuestra indulgencia porque ya sabéis que tengo una nube ocultándome el sol y aún no despeja.
Ahí va:

17/ 3 / 2012

Durante los años que he vivido no puedo decir que haya sido feliz demasiado tiempo. Más bien, a ratos. La verdad es que me he reído mucho, porque soy así, le veo la vis cómica a casi todo. No obstante, lo cierto, es que no he tenido muchas ocasiones para sentir que la vida me sonreía.
Nací con la dictadura pero crecí en medio del optimismo utópico de una democracia inmadura que luchaba por hacerse mayor con esas ansias adolescentes por conquistar sus derechos y su independencia.
Siempre pensé, como casi todo el mundo, que yo era especial. Sin embargo, no se trataba de un sentimiento narcisista sino que, en mi caso, se convirtió en algo inefable, en ocasiones hasta inquietante, que me llevaba por caminos algo distintos de los que seguían los otros. La gente que me rodeaba transitaba por rutas conocidas y pisadas por casi todo el mundo; yo me dejaba tentar por otras vías que me separaban del río de la vida que arrastra al género humano. Así es como me separé de los demás y me quedé con mi soledad. Pensé que mi fortaleza sería capaz de acompañarme en este arriesgado viaje, pero debo reconocer que, a estas alturas, me encuentro bastante sola y desvalida. Bueno, para ser justa, unos pocos me quieren y, como pueden, velan por mí.
En esta vida paralela, nunca perpendicular a la de las personas que he conocido, he intentado ser buena gente y, por eso, me he hecho querer aunque no pudiera seguir los pasos que me indicaba la impronta de la especie humana.
Finalmente, opté por conformarme con poquitas cosas, aunque lo paradójico del asunto es que cuanto menos tenía más perdía. Si se dice aquello de "al menos tenemos la salud" tras el sorteo de Navidad, yo pierdo la salud. Cuando acepto que no he nacido para formar una familia y me vuelco en mi profesión que parece que es lo único que hago medianamente bien, pues me veo sin ella.
Si me conviertiera en una más de entre millones de personas que están en el paro, maldiciendo su situación, y con el único consuelo de la familia y amigos, a mí me llena de culpabilidad pensar en lo que sufrirán por mí.
Y, para rematar esta patética situación, he sido "afortunada" en ser una más de un grupo de trabajadores que sufren la angustiosa experiencia de trabajar sin cobrar en un lugar que hasta ayer era mi colegio y ahora es un campo de batalla. Los alumnos, compañeros e incluso los jefes que tanto cariño me inspiraban y que me hacían sentir realizada en esta faceta vital, se convertirán en aliados o enemigos de una lucha desigual que amenaza mi precario equilibrio emocional.

viernes, 2 de marzo de 2012

Una nube

Hace tiempo que no escribo en este blog porque estaba esperando que se desvaneciera la nube de pesimismo que se había instalado en el trocito de cielo que veo desde mi balcón, pero esta condensación de preocupación, de tristeza y de desengaño ha decidido amanecer cada día sobre mi cabeza desde el comienzo de este año. Quizá me convenga hacerme amiga de ella y buscar, como dicen los sabios, la parte positiva que encierra todo lo negativo -a veces me dan ganas de enviar la sabiduría a tomar por saco y quedarme con la felicidad de los tontos-. Tal vez esta nube me ayude a protegerme de los rayos cancerígenos de un sol que no me alumbra aunque el anticiclón de las Azores no nos quiera abandonar.
¿Cuál es el grado de resistencia ante las dificultades de la vida?
Existen tantos seres humanos que han despejado sus nubes a fuerza de controlar los vientos de la vida que a veces creo que yo también podré. Sin embargo, mis pulmones están heridos y se abren con la cortisona para lo justo: caminar despacio, hablar suave y ganarle a la desesperación una pequeña batalla cada día. Por eso, en mi cielo no termina de despejar, mi soplido es demasiado débil.
Disculpadme este momento de autocompasión, pero de vez en cuando uno tiene que pararse a lamer sus heridas y, no os preocupéis, no soy de las que se recrean en estos gestos patéticos. Mañana seguiré soplando para que la nube pase.