sábado, 23 de octubre de 2010

Sobre cómo me convertí en un paria...




He esperado un tiempo antes de escribir sobre este tema. Quería encontrar una perspectiva algo menos personal -no creo haberlo conseguido, es lo que tiene ser un desgraciado adicto-.


Para empezar, me estoy encendiendo el último pitillo del día (por si acaso mañana no puedo). No sé en qué momento pasé de ser una fumadora simpática a una enferma estigmatizada y perseguida. Jamás pensé que mi ejemplo pudiera corromper tanto a mis congéneres -¡ojalá pudiera también influir a mis semejantes con otras adicciones que tengo, como mi empeño en defender la tolerancia y el respeto!-. Nunca me pareció justo molestar al prójimo con mis humos y, por este motivo, acepté con deportividad la ley antitabaco del 2006; sin embargo, asomándome a este mundo con tantas heridas de muerte y lacras sin resolver, he comenzado a indignarme por el recrudecimento de esta ley que me convertirá en un ciudadano indeseable.


Yo no quiero dañar a los demás. Asumo que no es bueno fumar e intento que este vicio no se apodere por completo de mí; no obstante, creo que siendo factible que los fumadores podamos tener algunos espacios acondicionados o, en su defecto, el aire libre -aunque ya no es tan libre para nosotros-, no me parece justo el castigo al que papá-Estado nos somete.


Pensándolo bien, no es tan extraño lo que está sucediendo: a lo largo de la Historia siempre se ha perseguido a minorías que, en ciertas épocas, se convirtieron en masacres: a los cátaros en la Edad Media, a los judíos en la Alemania nazi, a los sospechosos de brujería por la Inquisición, a lo científicos que dudaban de las verdades establecidas,...


En fin, tal vez nuestra cruzada no es tan digna pero, desde este blog reivindico mi derecho a no ser considerada una incívica por el simple hecho de fumar o una indeseable que no respeta a los demás (hasta me llevo mi cenicero-cucurucho a la playa para no ensuciar).


Ya sé que fumar mata aunque, pensándolo bien, la propia vida mata y hay muchos agentes nocivos que nos arrastran sin piedad al insondable abismo al que todos llegaremos, fumando o respirando los humos que expelen millones de automóviles por sus tubos de escape -por cierto, aunque yo no tengo coche no se me ha ocurrido prohibir a otros que los usen aunque existan transportes públicos-...

1 comentario:

  1. Qué bueno, Mayte... Pues estaría muy bien que pudieras contagiar alguna de tus virtudes a otros muchos.
    Fdo: Otro agente tóxico insolidario.
    Besos!

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