domingo, 4 de diciembre de 2011

José Luis y Maruja: la fuerza de la honestidad

En las sociedades antiguas los años de vida eran valorados como una fuente de sabiduría que revertían en el grupo. Los jóvenes pedían  consejos a los pocos supervivientes que peinaban canas sorteando todos los avatares que les deparó la vida. Durante el siglo XX, en nuestro primer mundo, los ancianos perdieron la consideración de antaño conforme la esperanza de vida crecía. Cada vez había más gente mayor que nos recordaba que la insultante belleza de la juventud se escapaba de nuestras manos sin posibilidad de retenerla. Y, así, mientras los anuncios de televisión repetían clichés de la felicidad sin arrugas, asociando "la chispa de la vida" a pieles tersas que sonreían con la inconsciencia del que todavía no ha visto la cara cruel del mundo, nuestros mayores iban siendo apartados como trastos inútiles.
Tal vez sea porque no pude disfrutar de mis abuelos, por ser hija tardía, lo cierto es que conforme mis ojos fueron perdiendo el velo de la inocencia comenzaron a ver a esas personas, de andares torpes y pelo cano, con la ternura que se merecían. Eran los supervivientes de mil y un percances que jalonaban sus existencias y dejaban huellas indelebles en sus cuerpos y sus mentes. Unos más que otros, en mayor o menor medida, habían superado esas tragedias cotidianas u homéricas que el ser humano enfrenta durante su existencia.
Sin embargo, de vez en cuando, aparecen en los medios de comunicación, personas que con sus ejemplares actos y palabras nos demuestran que la fuerza de la honestidad crece proporcionalmente a las patas de gallo. A José Luis Sampedro lo descubrí leyendo sus obras, en las que siempre destaca un concepto de la dignidad humana que nos reconcilia con un mundo generalmente indiferente a esta gran virtud; a Maruja Ruiz la conocía menos, aunque vive en el barrio en que me crié y ha dedicado su vida a ayudar a los más necesitados que la rodeaban. Ninguno de los dos miran a otro lado cuando se encuentran con la desgracia ajena. Siempre han luchado por los derechos humanos más básicos, el uno con su profesión y su arte literario; la otra con su voluntad de lucha, que no cabe en su pequeño cuerpo, y su acento "granaíno" que hubiera hecho sonreír a su paisano García Lorca. Ambos son héroes en un mundo que desprecia las heroicidades y se ríe de los buenos; ambos son dos ejemplos memorables de honradez, de coherencia y de humildad, unos valores que, por lo visto, no están de moda, pero que, si renunciamos a ellos, viviremos en una sociedad vacía de valores y de ilusión.
Así que, si el tabaco y la desaparición de las pensiones no me impiden envejecer, espero seguir el ejemplo de estos dos ancianos que demuestran tener un espíritu más joven e indomable que muchos de los que confunden la rebeldía con una simple estética alternativa o con una actitud displicente y pasota ante las injusticias cotidianas.


4 comentarios:

  1. Hola Mayte: espero que la honestidad y el espíritu indomable del ser humano prevalezca y tome el relevo y no sean valores en extinción. Yo también apuesto por ellos.

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  2. La verdad es que personas como Sampedro y Maruja me reconcilia con la humanidad a pesar de la que nos está cayendo encima.

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  3. Felices fiestas Mayte, que aún quedan unas cuantas, y te deseo un año Nuevo mejor, lleno de alegría y esperanza. Besos

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  4. ¡Gracias,Elisa, también te deseo lo mejor para este nuevo año!

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