sábado, 3 de julio de 2010

Saramago y Nemo


Una calurosa tarde de sábado. No me atrevo ni a coger el bus para ir a la playa a refrescarme, así que. con el ventilador delante del sofá, me he vuelto a emocionar viendo "Buscando a Nemo" en la tele -de vez en cuando no puedo resistirme a inocentes entretenimientos insustanciales-.

Pero ¿son siempre tan superficiales las películas de dibujos animados? Se han escrito numerosos ensayos sobre los personajes de cuentos infantiles, a veces para ensalzarlos, otras para criticar los efectos negativos que podrían provocar en mentes inmaduras. Sin embargo, mientras me sonreía escuchando a Dory hablando el "dialecto balleno", he recordado unas palabras de mi admirado y recientemente fallecido José Saramago. En una entrevista tras la publicación de un libro de memorias sobre su infancia en un pueblecito portugués, el escritor se planteaba una cuestión que me parece determinante y digna de reflexión para nuestra privilegiada y contradictoria sociedad del primer mundo: la sobreprotección de nuestros niños.

A lo largo de mi experiencia como educadora me he percatado de que existe un límite difuso entre proteger y sobreproteger a los menores, y, si sobrepasamos la frontera, creamos seres infelices y desarmados para afrontar los caprichosos vaivenes de la vida.


Sí, ya sé, ¿cómo he asociado a un pececillo payaso con nada menos que un premio Nobel? Pues esta asociación libre, y supongo que irreverente para algunos mitómanos, no es tan descabellada: Marlin, el papá pez de Nemo, siente tanto miedo de que su pequeño se enfrente al mundo que casi lo pierde en su afán sobreprotector.

Me gustaría pensar que si Saramago leyera estas líneas sonreiría desde su encomiable humildad y miraría al mar de su adorada Lanzarote pensando que en este oceáno, poblado de millones de peces, hay muchos Nemos que liberar de padres sobreprotectores que les niegan un aprendizaje básico para la supervivencia: a veces no hay más respuesta que un NO.

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