martes, 1 de noviembre de 2011

Los yayos flauta de Hamelín

Una de las cosas que más lamento es el no haber disfrutado de mis abuelos. Al ser hija tardía, cuando nací ya habían muerto casi todos, tan solo quedaba mi abuelo paterno, un señor que veía los domingos y que me invitaba a galletas mojadas en moscatel. De él sólo aprendí a jugar a solitarios con cartas y poco más, y sus muestras de cariño fueron tan escasas para sus nietos como para sus hijos. Sin embargo, parece ser que los padres de mi madre eran unas personas con un gran potencial para amar que, por desgracia, yo no he podido recibir.
Con toda la prudencia que se debe tener antes de generalizar, la generación de nuestros abuelos se enfrentó a un convulso siglo XX, a sus guerras, a sus miserias, a sus avances, etc. Ante ellos se abría un mundo cada vez más rico pero también más complejo donde las pulsiones humanas más básicas: el hambre, el amor, el odio, el miedo, la vergüenza..., se mezclaban con logros tecnológicos y científicos que prometían convertir el paso por este mundo en un hermoso y estimulante paseo lleno de bondades que jalonaban un presente, a menudo desconcertante, con halos de esperanza que anunciaban un futuro mejor para ellos y sus descendientes.
Si bien esta crisis azota los pilares de la economía mundial, encuentro más terrible todavía la crisis ética, moral y espiritual que sacude las conciencias de innumerables personas que lucharon y se esforzaron   para que sus hijos y nietos vivieran en mejores condiciones que ellos.
Es por este motivo que no me sorprende que estos ancianos salgan a la calle a denunciar la destrucción de todo lo positivo que, con muchos sacrificios habían logrado antes de que les estafaran el dinero y, sobretodo, los sueños de un mundo mejor y mas justo.
Son personas cuyo legado llega a nuestras manos ahora, en vida; son sus protestas las más altruistas, porque piden justicia para sus nietos, aunque ellos no lo puedan ver; en resumen, son hombres y mujeres que saben lo que es luchar por sus derechos y, aún, no quieren rendirse; son grandes seres humanos como Sampedro y Hessel que han compartido sus experiencias y sus palabras con los Indignados que han llenado plazas y calles desde el 15M.
¡Ojalá que estos yayoflautistas consigan llevar al río a todas las ratas que invaden la tierra prometida!

1 comentario:

  1. Me siento identificada contigo ya que sólo conocí a un abuelo, igual que tú, aunque yo guardo un querídísimo recuerdo suyo.
    Ahora soy yo la abuela y hago esfuerzos junto a l@s Yay@s de Córdoba para que las ratas acaben rendidas a la orilla de todos los ríos del mundo.
    Comentarios como el tuyo infunden mucho ánimo.
    Muchas gracias.
    La Yaya Pilar

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